Por Ximena Flores C. *
Es sólo cosa de aguantar el sueño y estar atento a cualquier parte de algún camino boliviano lugar en el que podemos observar con, no poca tristeza, una cantidad considerable de perros vagabundos que se asoman a la carretera y alzan su cabeza cada que vez un automóvil se acerca para ver si en un golpe de suerte es lanzado un pedazo de lo que sea comestible.
La realidad de la falta de control de la población canina es muy dura, que se replica tanto en zonas urbanas como rurales, porque perros mendigos hay muchos, demasiados, con el riesgo que conlleva para la población humana por las enfermedades como el mal de rabia, amenaza latente para nuestra generación y las siguientes.
Pero el aspecto que ahora me llama especialmente la atención es que esa falta de control nos hace cada vez menos humanos, porque además del riesgo epidemiológico, debemos hacer conciencia de la realidad de la vida de estos animales que, finalmente, no tienen culpa alguna de haber llegado al mundo en esas condiciones tan hostiles y de vivir en la más cruda de las realidades de hambre y desamparo.
No es buena idea, hacer ese control a balazos o quemando a los perros vivos como en Santa Cruz, no es buena idea tampoco darles veneno para que tengan una de las muertes más inmisericordes como en Oruro y otros puntos del país, tampoco el matarlos de hambre por ser ésta la forma más aberrante de indiferencia absurda al ser una muerte lenta y dolorosa.
Las autoridades llamadas a hacer políticas públicas deben estar concientes de que cualquier decisión tiene que tomar en cuenta el permitir en cualquier caso, que todo se desarrolle dentro de una lógica humana de, por lo menos, compasión o en el mejor de los casos el más profundo respeto por la vida. Pero -como siempre hay un pero- el ciudadano es el que más debe estar conciente de su propia realidad y conocer que no es buena idea abandonar a su propio perro o no vacunarlo, que no es buena idea tampoco evitar su castración o esterilización porque ése es un aporte a que la población canina aumente desmedidamente.
Es así que la responsabilidad no es exclusiva de las autoridades, es también una responsabilidad de cada uno de los ciudadanos que si aportáramos tendríamos la seguridad de una ciudad con menos riesgo de enfermedades, mordeduras dolorosas, perros hambrientos y abandonados y la buena fortuna, por salud y estética, de tener menos caca de perro en las calles.
* Ximena Flores C., es comunicadora y Diputada Nacional.
Es sólo cosa de aguantar el sueño y estar atento a cualquier parte de algún camino boliviano lugar en el que podemos observar con, no poca tristeza, una cantidad considerable de perros vagabundos que se asoman a la carretera y alzan su cabeza cada que vez un automóvil se acerca para ver si en un golpe de suerte es lanzado un pedazo de lo que sea comestible.
La realidad de la falta de control de la población canina es muy dura, que se replica tanto en zonas urbanas como rurales, porque perros mendigos hay muchos, demasiados, con el riesgo que conlleva para la población humana por las enfermedades como el mal de rabia, amenaza latente para nuestra generación y las siguientes.
Pero el aspecto que ahora me llama especialmente la atención es que esa falta de control nos hace cada vez menos humanos, porque además del riesgo epidemiológico, debemos hacer conciencia de la realidad de la vida de estos animales que, finalmente, no tienen culpa alguna de haber llegado al mundo en esas condiciones tan hostiles y de vivir en la más cruda de las realidades de hambre y desamparo.
No es buena idea, hacer ese control a balazos o quemando a los perros vivos como en Santa Cruz, no es buena idea tampoco darles veneno para que tengan una de las muertes más inmisericordes como en Oruro y otros puntos del país, tampoco el matarlos de hambre por ser ésta la forma más aberrante de indiferencia absurda al ser una muerte lenta y dolorosa.
Las autoridades llamadas a hacer políticas públicas deben estar concientes de que cualquier decisión tiene que tomar en cuenta el permitir en cualquier caso, que todo se desarrolle dentro de una lógica humana de, por lo menos, compasión o en el mejor de los casos el más profundo respeto por la vida. Pero -como siempre hay un pero- el ciudadano es el que más debe estar conciente de su propia realidad y conocer que no es buena idea abandonar a su propio perro o no vacunarlo, que no es buena idea tampoco evitar su castración o esterilización porque ése es un aporte a que la población canina aumente desmedidamente.
Es así que la responsabilidad no es exclusiva de las autoridades, es también una responsabilidad de cada uno de los ciudadanos que si aportáramos tendríamos la seguridad de una ciudad con menos riesgo de enfermedades, mordeduras dolorosas, perros hambrientos y abandonados y la buena fortuna, por salud y estética, de tener menos caca de perro en las calles.
* Ximena Flores C., es comunicadora y Diputada Nacional.
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