lunes, 3 de septiembre de 2007

Israel Beltrán, la pintura exquista

Los Tiempos, Cochabamba.

Impresionante. Magnífica. Abismal. Así es, cual salto al vacío, la conmovedora serie de cuadros que constituye la muestra “Piedras Antiguas” que expone Arte.Bo estos días.
Un acierto enorme de esta galería. Verdad. Israel Beltrán es uno de los pintores más sólidos y refinados del país. Junto con La Placa, Oscar Pantoja y un escueto puñado de insistentes creadores es responsable de la persistencia del arte abstracto en Bolivia.
He dicho que su trabajo es sólido. El adjetivo conviene a una obra plena llena de gravedad – como las formas de color inclinan al imaginario a la visión de montañas o paisajes -, que a través de años Beltrán ha vestido de inusuales, audaces y violentos colores. Las formas también delatan la monumentalidad del toro y al pájaro. Beltrán convida su desafío estético con el ánimo de remover y potenciar nuestras percepciones, ampliando así nuestra visión del mundo y de nosotros mismos.
Verdadero, sostenido y paciente esfuerzo es el que se realiza en la solidez pictórica, sabia, de cada cuadro singular: todos son un vertiginoso calidoscopio que nos lleva al pasado sin hombre lo mismo que al átomo o al vacío estelar.
Esta pluralidad de imágenes interactuantes es inexistente y, sin embargo están en el cuadro. Milagro del arte, maestría del artista. Esta maestría es la que yo califico de refinamiento, segunda nota característica que apunte. Y entiendo por refinamiento la limpidez, precisión, audacia y tacto con sus recursos expresivos: el uso del color, las formas, sus armonías contrastantes, sus tajos, emplastos, texturas expúreas, todo lo que su vigilante conciencia creativa impone al cuadro para convidar una comunicación única: el signo del cuadro, la incisión humana; el estigma de existir.