jueves, 5 de julio de 2007

arturo borda recibe a remy daza

La columna del medio lomo
ARTURO BORDA RECIBE A REMY DAZA

Por Victor H. Romero

Cobijadas en los brazos del Salón Arturo Borda, se hallan expuestas las mujeres de Remy daza desde hace varios en la ciudad de La Paz. El artista cochabambino una vez más nos presenta a esas damas que a su estilo y en technicolor emulan a toda mitológica diosa que intentó perdurar en la memoria de los vivos y que a golpe de vista atraviesan por si solas toda dimensión, tratando siempre de escapar de ese marco que las apresa y así poder jugar con los deseos de sus ocasionales admiradores, que ahora somos muchos.

Tendidas sobre el lienzo, entre la materia y lo efímero de la existencia, reptan por la superficie buscando atrapar el regocijo perpetuo que les brinde la tan ansiada vida eterna. Otras, se desplazan en el espacio, indiferentes se dejan capturar por ese limbo que no promete nada y que se deja estar a la deriva, a la espera de una nave estelar que las rescate y las lleve a tierra firme.

Párrafo aparte son las mujeres de carne y hueso que han sido retratadas por el pintor, conscientes de su pertenencia a una exclusiva sociedad, modelan sus cuerpos sin otra belleza que la interior, sin complejos exhiben sus fallas, se muestran al mundo, tal y como son, sin secretos, con culpas y traspiés y manías; por si esto fuera poco, intentar atrapar la inmortalidad declarándoles la guerra a esas viejas estatuas que han sido olvidas en la indiferencia de un día ajetreado.

Su piel se hace bronce con el tiempo, sus cuerpos se oxidan y adoptan esa posición que solía eternizar a las viejas alegorías, danzan y se cantan así mismas, no son ídolo de nadie, ellas solas se pertenecen. Algunas se funden con la tierra, otras se extienden en el cielo o simplemente se dejan caer con el sol y abrazan la noche, prometiendo siempre no volver a vivir del pasado, ángeles que hace mucho decidieron perder sus alas y aprehender a ser un error humano más, que merecer ser amado en toda su imperfección.

Del otro lado, con los pies en la tierra y en la muralla vecina, la obra de Daza se deja atrapar por el área rural, que lejos de idealizarse, se fragmenta y hace lo imposible por reflejar esa descuidad estampa que a primera vista no promete nada, pero que a detalle, es una gama de luces, sombras y color. Otrora, el campo se definía sólo, hoy no es más que el triste reflejo de ese pasado, que intercambió su futuro por la indiferencia que constantemente suele jugar con el más implacable olvido.

Dentro de esas casas a punto de caerse, la gente vive, sueña y cree en un mundo mejor, porque no le queda otra opción más, que darle crédito a sus expectativas, esperando que algún día, no muy lejano, el cambio llegue y toque sus puertas, mientras tanto… afuera, su belleza se hace silencio y los días se dejan pastear de la mano de una niña sin rostro, porque así la entiende el país, así la conocemos todos: todas son iguales…

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