El ministerio del miedo
Por Tzvetan Todorov
En su novela 1984, Orwell describe una serie de ministerios que funcionan en el que fuera el país totalitario, Oceanía: el ministerio de la verdad, el de la paz, del amor, de la abundancia. Nicolas Sarkozy, candidato electo a la presidencia de la república, agrandó esta lista al prometer crear, en caso de ser elegido, “un Ministerio de Inmigración e Identidad Nacional”. Orwell indica que los nuevos ministerios sean designados en “neolengua” con abreviaturas: Miniver, Miniamor, y así sucesivamente; es a esta categoría a la que pertenecería el nuevo Minident.
¿Por qué juzgamos indeseables los ministerios imaginados por Orwell? No es porque estemos en contra de la verdad o del amor. Por el contrario, pensamos que estas grandes categorías no necesitan de la acción gubernamental. Hay que dejar a los científicos y a los periodistas la libre búsqueda de la verdad; hay que dejar que cada individuo se ocupe de sus asuntos amorosos. Ni el gobierno ni el Parlamento deben inmiscuirse. Es por ello que nuestra democracia es liberal: el Estado no controla totalmente a la sociedad civil, dentro de ciertos límites cada individuo permanece libre.
También con respecto a la identidad nacional: no es por casualidad que a la fecha ninguna democracia liberal haya confiado su protección a un ministerio. ¿Qué entendemos por “identidad nacional”? Debemos tener presente que no por excepción, sino en todas partes y siempre, se trata de una identidad mutante, en constante evolución. Sólo las naciones muertas han adquirido una identidad inmutable. La sociedad francesa del 2007 tiene muy pocos rasgos en común con la de 1907, y mucho menos con la de 1707. Si la identidad no hubiera cambiado, Francia no hubiese sido cristiana primero y laica después.
La identidad evoluciona, primero porque los intereses de los grupos que la componen no coinciden entre ellos, y a su vez esos intereses forman jerarquías inestables. Por ejemplo, la concesión del derecho a voto a las mujeres en 1944 les permitió participar activamente en la vida pública del país: la identidad nacional se transformó. Del mismo modo que veintitrés años más tarde, las mujeres conquistaron el derecho a la contracepción: ello produjo una nueva mutación de la identidad nacional.
Esto evoluciona también en razón del contacto con otras culturas: la americanización de las costumbres, la europeización de las instituciones, como así también, en nuestros días, la presencia de minorías significativas oriundas del Magreb, del Africa negra, de Europa del Este o de otros lados. Las migraciones tampoco tienen nada de excepcional, ya que se sabe que uno de cada cuatro franceses cuenta con un padre o un abuelo inmigrante.
Entonces, al proponer el candidato presidencial un ministerio que trate en conjunto la identidad nacional y la inmigración, sugiere una idea negativa y opuesta de ambos: debemos proteger la identidad francesa de la inmigración. Al hacerlo olvida que dicha identidad, como la de todas las grandes naciones, es el producto del encuentro entre los pueblos, desde los galos, los francos y los romanos hasta nuestros días. El impacto que esos encuentros tienen sobre la identidad francesa es la prueba que ésta sigue viva.
¿Qué es el ser francés? El candidato explica: “Francia no es una raza, tampoco una etnia”, en eso tiene razón. Prosigue: “Francia es todos los hombres que la aman, que están listos para defender sus ideales, sus valores... Ser francés es hablar y escribir en francés”.
He aquí dos enunciados opuestos: hay muchos nofranceses, fuera de Francia, que aman este país, que hablan y escriben su lengua; recíprocamente un cierto número de franceses, lo sabemos, son analfabetos; eso no les impide ser buenos franceses.
Pero sobre todo, el amor no tiene nada que ver acá (nada de ministerio del amor): la ciudadanía no se define por los sentimientos, sólo los Estados totalitarios imponen el amor a la patria como obligatorio.
Y el candidato prosigue: “La identidad francesa es un conjunto de valores no negociables”, citando a título de ejemplo: “El laicismo, la igualdad hombremujer, la República y la democracia”. Estos valores son importantes y uno debe efectivamente defenderlos. ¿Pero son específicamente franceses? Democracia y República son reivindicados más allá de las fronteras hexagonales, igualdad y laicismo forman parte de la definición de estos regímenes políticos.
En verdad, esos valores no pertenecen a la identidad francesa sino al pacto republicano al cual se someten los ciudadanos y residentes del país.
No es por ser contraria a la identidad francesa que el sometimiento de las mujeres es condenable. Lo es porque transgrede las leyes o los principios constitucionales en vigencia. La identidad nacional, en sí misma, escapa a las leyes, se construye y se destruye cotidianamente por la acción de millones de individuos que habitan este país, Francia.
jueves, 5 de julio de 2007
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