martes, 7 de agosto de 2007

amos oz: por dónde empezar

Cuestión de principios
JAVIER APARICIO MAYDEU 04/08/2007

El israelí Amos Oz, premio Príncipe de Asturias de las Letras en 2007, plantea el ejercicio de crítica literaria La historia comienza como la aventura de un lector que explica a otro las claves de la lectura de autores como Kafka, Carver o García Márquez.
El principio era el verbo, y en el comienzo la frase, "muchos años después, frente el pelotón de fusilamiento" o "era de noche y sin embargo llovía", la frase que atrapa y la frase que disuade, la que invoca la trama que vendrá y la que disuade sin remedio, la historia comienza con una frase inicial en la que el narrador deposita buena parte de las expectativas generadas por el relato. A esta cuestión primordial de sintaxis del relato, y a sus consecuencias narratológicas en diez obras de la modernidad, de Gógol a Kafka, de García Márquez a Carver, dedica el multigalardonado Amos Oz (Jerusalén, 1939) el libro La historia comienza que tenemos entre manos. En la página 17 confiesa Oz la deuda contraída con ese soberbio tratado de teoría literaria que pide a gritos su traducción española y que es Beginnings. Intention & Method (Granta, Londres, 1997) del palestino Edward W. Said, libro al que, en cierto sentido, el del autor de El mismo mar (1978) contribuye con una "visión personal del asunto" (la introducción titulada, de forma algo ostentosa, Pero ¿qué existía en realidad antes del Big Bang?) y diez notas al pie que corresponden a los capítulos mencionados. Así, Oz empieza transitando en su introducción por algunas veredas de la teoría del relato como la formulación verbal del comienzo, el tan traído y llevado topos de la "página en blanco" ("que es en realidad una pared encalada sin ninguna puerta ni ventana"), la gestión de la información inicial que impulsará un "horizonte de expectativas" en el lector, el concepto de "pacto narrativo" de Wayne Booth ("todo principio de relato es siempre una especie de contrato entre escritor y lector"), ideas seminales de la estética de la recepción -como los intersticios del texto que deberá completar el lector merced a su lectura- o la relación del texto en cuestión con el Texto de la tradición, que el autor ilustra de la mano de una crónica metaficcional ciertamente simpática -"nuevo tachón. Mañana será otro día está muy trillado. Empezar es difícil"- que trae a la memoria del lector, y de inmediato, el espíritu y también la letra de Si una noche de invierno un viajero, de Italo Calvino.
Después dedica su ensayo a
examinar las frases iniciales de una decena de relatos, algunos poco conocidos, como Mikdamot, de S. Yizhar, o Effi Briest, de Theodor Fontane, el primero del volumen; otros mucho más cercanos, como Un médico rural, de Kafka; La historia: una novela, de Elsa Morante (espléndida autora que regresará en breve a nuestro mercado en nuevas traducciones), y Nadie decía nada, de Raymond Carver, y alguno decididamente popular como El otoño del patriarca, de García Márquez. Cada breve capítulo persigue averiguar el valor de la frase inicial y sus consecuencias narrativas, pero en realidad resulta ser un ejercicio de fina lectura hecho en voz alta ante el lector, como si Amos Oz quisiese compartir con él los mecanismos detectivescos y las deducciones, sospechas y relaciones que todo lector lleva a cabo cuando se enfrenta a un texto cuya frase inicial le proyecta todo un mundo virtual, mecanismos que nuestro autor desea hacer transparentes. La historia comienza es sobre todo la aventura de un lector explicada a otros lectores, las claves de lectura que uno cree entrever reveladas con júbilo al lector anónimo. Es un ejercicio de crítica literaria, un anzuelo eficaz lanzado con ímpetu a lectores renuentes y, por encima de todo, un divertimento a vueltas con los protocolos de la lectura: "El juego de leer exige al lector que tome parte activa, que aporte su propia inocencia y astucia. Los contratos iniciales son unas veces como el juego del escondite y otras se parecen más a una partida de ajedrez. O a un crucigrama. O a una invitación a entrar en un laberinto. O a una travesura". Ese sentido lúdico y a la vez trascendente que se agazapa en las frases del comienzo del relato se desentraña con destreza en los capítulos dedicados a Kafka, Chéjov y Morante, que son muy lúcidos, y sin lugar a dudas el que deshace la madeja de alusiones y elipsis de Carver es una apresurada y modélica clase de literatura. No obstante, los breves capítulos resultan en ocasiones reiterativos por lo que hace a los conceptos teóricos que sustentan el volumen, y el dedicado a la novela de García Márquez, por ejemplo, se muestra endeble. Dicho tal vez de otro modo, más estimulan la lectura sus felices intuiciones de lector que su discurso ensayístico, concéntrico y en ocasiones deslavazado.
Acierta de pleno, eso sí, con el tema de su ensayo, pues siempre es conveniente recordar que del comienzo depende demasiadas veces la continuidad de la lectura, y que el arranque es la semilla sembrada en el texto narrativo para darle forma y otorgarle un género, para espolear la imaginación del lector e invitarlo a aquilatar la coherencia del texto entre lo que le propone en su comienzo y lo que finalmente le da. Buena parte de su responsabilidad para con el lector radica en el comienzo, de forma que el comienzo es una cuestión de principios.

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